La esperanza de vida actual para las mujeres en las sociedades occidentales está alrededor de los 80-82 años, mientras que la edad en que se produce la menopausia (última menstruación) está por término medio alrededor de los 50 años. Ello significa que la mayoría de mujeres vivirán un tercio de su vida tras el cese de las menstruaciones lo que, junto con el creciente interés por los problemas relacionados con la salud de la mujer, ha hecho que el tema de la menopausia sea en estos últimos años importante motivo de debate, tanto por sus implicaciones en la investigación científica como clínicas, y sociales.
Tras el cese de la función normal de los ovarios y la desaparición de las menstruaciones, y principalmente con el proceso concomitante de envejecimiento, la mujer puede experimentar una serie de cambios, que si bien pueden incidir sobre la calidad de vida, no tienen por qué ser considerados como patológicos. Por otra parte, aunque la palabra menopausia aparece como un estigma asociado al envejecimiento tras años de vida reproductiva ligada a la juventud, muchos de los cambios atribuidos a la menopausia son debidos en realidad al proceso de envejecimiento de la mujer, aunque coincidentes en el tiempo con la época posmenopáusica.
Periódicamente el aparato genital de la mujer experimenta una serie de cambios morfológicos y funcionales que caracterizan el denominado ciclo genital o menstrual y que viene definido por dos hechos fundamentales: la ovulación y la menstruación. El ciclo genital comienza el primer día de la menstruación y acaba el primer día de la regla siguiente. Aunque la duración ideal del ciclo de la mujer es de 28 ± 2 días, se considera normal una duración del ciclo de entre 21 y 35 días. El objetivo esencial del ciclo genital de la mujer es proporcionar periódicamente un óvulo maduro para que pueda ser fecundado.
Para ello, en los primeros días del ciclo se inicia el crecimiento en los ovarios de varios folículos ováricos (estructuras que contienen en su interior los ovocitos) de los cuales sólo uno llegará a madurar completamente (el resto involucionan, quedando reducidos a estructuras fibrosas en el interior del ovario). Este crecimiento y maduración de los folículos ováricos es estimulado por la acción de dos hormonas denominadas gonadotrofinas (la FSH u hormona foliculoestimulante y la LH u hormona luteinizante) producidas por la hipófisis (glándula endocrina situada en la base del cerebro). La hormona FSH es esencial para el crecimiento de los folículos ováricos, mientras que la hormona LH es fundamental para que el ovocito contenido en el interior del folículo llegue a madurar adecuadamente y pueda ser fecundado tras la ovulación.
Tras el cese de la función normal de los ovarios y la desaparición de las menstruaciones, y principalmente con el proceso concomitante de envejecimiento, la mujer puede experimentar una serie de cambios, que si bien pueden incidir sobre la calidad de vida, no tienen por qué ser considerados como patológicos. Por otra parte, aunque la palabra menopausia aparece como un estigma asociado al envejecimiento tras años de vida reproductiva ligada a la juventud, muchos de los cambios atribuidos a la menopausia son debidos en realidad al proceso de envejecimiento de la mujer, aunque coincidentes en el tiempo con la época posmenopáusica.
Periódicamente el aparato genital de la mujer experimenta una serie de cambios morfológicos y funcionales que caracterizan el denominado ciclo genital o menstrual y que viene definido por dos hechos fundamentales: la ovulación y la menstruación. El ciclo genital comienza el primer día de la menstruación y acaba el primer día de la regla siguiente. Aunque la duración ideal del ciclo de la mujer es de 28 ± 2 días, se considera normal una duración del ciclo de entre 21 y 35 días. El objetivo esencial del ciclo genital de la mujer es proporcionar periódicamente un óvulo maduro para que pueda ser fecundado.
Para ello, en los primeros días del ciclo se inicia el crecimiento en los ovarios de varios folículos ováricos (estructuras que contienen en su interior los ovocitos) de los cuales sólo uno llegará a madurar completamente (el resto involucionan, quedando reducidos a estructuras fibrosas en el interior del ovario). Este crecimiento y maduración de los folículos ováricos es estimulado por la acción de dos hormonas denominadas gonadotrofinas (la FSH u hormona foliculoestimulante y la LH u hormona luteinizante) producidas por la hipófisis (glándula endocrina situada en la base del cerebro). La hormona FSH es esencial para el crecimiento de los folículos ováricos, mientras que la hormona LH es fundamental para que el ovocito contenido en el interior del folículo llegue a madurar adecuadamente y pueda ser fecundado tras la ovulación.
Durante su crecimiento y maduración, el folículo ovárico produce cantidades crecientes de estrógenos, las hormonas femeninas por excelencia. Tras la ovulación (salida del ovocito del interior del folículo), el folículo ovárico convertido ahora en una estructura denominada cuerpo amarillo produce no sólo estrógenos, sino también progesterona, hormonas que pasan a la sangre. La creciente producción de estrógenos por parte del ovario durante el desarrollo folicular induce la formación y crecimiento de la membrana (denominada endometrio) que recubre interiormente el útero y que se había descamado en la menstruación anterior.
La función de la progesterona es conseguir que el endometrio que ha proliferado por acción de los estrógenos se transforme en un lecho adecuado para la implantación del embrión en caso de que el óvulo que se expulsó del interior del folículo hubiera sido fecundado y se instaure el embarazo. Si no ha habido fecundación, el cuerpo amarillo deja de funcionar al cabo de unos días de formarse y al descender con ello los niveles de estrógenos y progesterona que circulan por la sangre, el endometrio se desprende, la mujer tiene la regla y se inicia un nuevo ciclo. Por tanto, la menstruación no es más que la consecuencia final del funcionamiento cíclico del ovario que a través de las hormonas sexuales (estrógenos y progesterona) hace que cada mes el endometrio se desarrolle y prepare por si hay embarazo, y que se descama con la regla si no ha habido fecundación del óvulo (véase figura 1).
Este funcionamiento cíclico del ovario se inicia de forma más o menos progresiva en la pubertad con la aparición de la primera regla (menarquia) y finaliza también progresivamente hasta el establecimiento de la menopausia. Además de los aspectos esenciales del ciclo ovárico, para comprender los procesos asociados al establecimiento de la menopausia, es importante tener en cuenta que entre los ovarios y la hipófisis existe una interconexión funcional muy estrecha de manera que cuando los niveles sanguíneos de hormonas sexuales ováricas (estrógenos y progesterona) son bajos, tal como ocurre tras la menstruación, se produce un estímulo positivo sobre la glándula hipofisaria para que secrete FSH, que estimula el crecimiento de los folículos ováricos.
Por el contrario, cuando los niveles de estrógenos y/o progesterona circulantes en la sangre son altos, se produce una señal negativa sobre la hipófisis de manera que se inhibe la secreción de gonadotrofinas. Es algo similar a lo que ocurre con otras glándulas endocrinas, como por ejemplo el tiroides, que está también bajo el control de la hipófisis por acción de la hormona tirotropa (TSH). Cuando los niveles sanguíneos de tiroxina producida por el tiroides son bajos, la hipófisis aumenta su secreción de TSH para estimular la producción tiroidea de tiroxina, y cuando los niveles circulantes de esta hormona son los adecuados, se produce una acción frenadora sobre la liberación de TSH hipofisaria.
La función de la progesterona es conseguir que el endometrio que ha proliferado por acción de los estrógenos se transforme en un lecho adecuado para la implantación del embrión en caso de que el óvulo que se expulsó del interior del folículo hubiera sido fecundado y se instaure el embarazo. Si no ha habido fecundación, el cuerpo amarillo deja de funcionar al cabo de unos días de formarse y al descender con ello los niveles de estrógenos y progesterona que circulan por la sangre, el endometrio se desprende, la mujer tiene la regla y se inicia un nuevo ciclo. Por tanto, la menstruación no es más que la consecuencia final del funcionamiento cíclico del ovario que a través de las hormonas sexuales (estrógenos y progesterona) hace que cada mes el endometrio se desarrolle y prepare por si hay embarazo, y que se descama con la regla si no ha habido fecundación del óvulo (véase figura 1).
Este funcionamiento cíclico del ovario se inicia de forma más o menos progresiva en la pubertad con la aparición de la primera regla (menarquia) y finaliza también progresivamente hasta el establecimiento de la menopausia. Además de los aspectos esenciales del ciclo ovárico, para comprender los procesos asociados al establecimiento de la menopausia, es importante tener en cuenta que entre los ovarios y la hipófisis existe una interconexión funcional muy estrecha de manera que cuando los niveles sanguíneos de hormonas sexuales ováricas (estrógenos y progesterona) son bajos, tal como ocurre tras la menstruación, se produce un estímulo positivo sobre la glándula hipofisaria para que secrete FSH, que estimula el crecimiento de los folículos ováricos.
Por el contrario, cuando los niveles de estrógenos y/o progesterona circulantes en la sangre son altos, se produce una señal negativa sobre la hipófisis de manera que se inhibe la secreción de gonadotrofinas. Es algo similar a lo que ocurre con otras glándulas endocrinas, como por ejemplo el tiroides, que está también bajo el control de la hipófisis por acción de la hormona tirotropa (TSH). Cuando los niveles sanguíneos de tiroxina producida por el tiroides son bajos, la hipófisis aumenta su secreción de TSH para estimular la producción tiroidea de tiroxina, y cuando los niveles circulantes de esta hormona son los adecuados, se produce una acción frenadora sobre la liberación de TSH hipofisaria.
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