Lo decía Hipócrates (460-377 a. de C.): «Todas las partes del cuerpo tienen una función; si las utilizamos y las ejercitamos con moderación, se mantienen sanas y bien desarrolladas, envejeciendo lentamente. Si no se usan, son más propensas a la enfermedad, tienen un desarrollo deficiente y envejecen rápidamente».
Y el tiempo le ha dado la razón. Actualmente es indiscutible, y los estudios científicos así lo demuestran, que la práctica de una actividad física regular reduce el riesgo de muerte prematura y contribuye a la prevención primaria y secundaria de enfermedades cardiovasculares y otras dolencias crónicas como la osteoporosis, la hipertensión arterial, la diabetes, el cáncer de mama y el cáncer de colon. Pero también reduce el riesgo de infarto cerebral, disminuye las cifras de colesterol total y los triglicéridos y aumenta las lipoproteínas de elevada densidad (HDL) —el conocido como colesterol bueno—, contribuye a mantener y conseguir el peso ideal, a sentirse bien y reducir la sensación de estrés, a construir y mantener huesos, músculos y articulaciones y, aspecto muy importante en los tiempos actuales, ayuda a las personas mayores a sentirse más fuertes, menos fatigadas, más independientes y hábiles para moverse, reduciendo el riesgo de caídas.
Son tantas las razones que explican por qué es bueno realizar ejercicio físico que difícilmente se podrá encontrar a alguien que dude de sus bondades. Pero pasar de la teoría a la práctica no resulta tan fácil como parece. Son muchas las inquietudes y los interrogantes que se plantean: ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿con qué intensidad?, ¿con qué frecuencia ha de practicarse?, ¿qué tipo de ejercicio físico se debe realizar?, ¿la edad es una limitación para empezar?, ¿se resentirá el corazón?
Y es entonces cuando la ausencia de respuestas, la sensación de falta de tiempo, la sensación de cansancio («no tengo bastante con el trabajo para además tener que hacer ejercicio físico») hacen que iniciar un programa de actividad física se quede en una simple declaración de intenciones y lo máximo a que se llegue es a apuntarse a un gimnasio. Entender la actividad física como una actividad extra está condenada al fracaso: difícilmente se conseguirá dar continuidad a un programa de ejercicio físico si no se integra dentro de las actividades rutinarias de la vida, ya sea en el domicilio, en el trabajo o en los ratos de ocio. Se debe conseguir que llevar una vida activa sea tan natural como cepillarse los dientes, leer el periódico o ponerse el cinturón de seguridad al sentarse en el coche.
Y el tiempo le ha dado la razón. Actualmente es indiscutible, y los estudios científicos así lo demuestran, que la práctica de una actividad física regular reduce el riesgo de muerte prematura y contribuye a la prevención primaria y secundaria de enfermedades cardiovasculares y otras dolencias crónicas como la osteoporosis, la hipertensión arterial, la diabetes, el cáncer de mama y el cáncer de colon. Pero también reduce el riesgo de infarto cerebral, disminuye las cifras de colesterol total y los triglicéridos y aumenta las lipoproteínas de elevada densidad (HDL) —el conocido como colesterol bueno—, contribuye a mantener y conseguir el peso ideal, a sentirse bien y reducir la sensación de estrés, a construir y mantener huesos, músculos y articulaciones y, aspecto muy importante en los tiempos actuales, ayuda a las personas mayores a sentirse más fuertes, menos fatigadas, más independientes y hábiles para moverse, reduciendo el riesgo de caídas.
Son tantas las razones que explican por qué es bueno realizar ejercicio físico que difícilmente se podrá encontrar a alguien que dude de sus bondades. Pero pasar de la teoría a la práctica no resulta tan fácil como parece. Son muchas las inquietudes y los interrogantes que se plantean: ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿con qué intensidad?, ¿con qué frecuencia ha de practicarse?, ¿qué tipo de ejercicio físico se debe realizar?, ¿la edad es una limitación para empezar?, ¿se resentirá el corazón?
Y es entonces cuando la ausencia de respuestas, la sensación de falta de tiempo, la sensación de cansancio («no tengo bastante con el trabajo para además tener que hacer ejercicio físico») hacen que iniciar un programa de actividad física se quede en una simple declaración de intenciones y lo máximo a que se llegue es a apuntarse a un gimnasio. Entender la actividad física como una actividad extra está condenada al fracaso: difícilmente se conseguirá dar continuidad a un programa de ejercicio físico si no se integra dentro de las actividades rutinarias de la vida, ya sea en el domicilio, en el trabajo o en los ratos de ocio. Se debe conseguir que llevar una vida activa sea tan natural como cepillarse los dientes, leer el periódico o ponerse el cinturón de seguridad al sentarse en el coche.
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