Parthenope. Su largo viaje de supuestas resonancias míticas, desde que nace en 1950 en Nápoles hasta la actualidad, y cómo en el camino se convierte en una mujer bellísima y de mente brillante, que estudia antropología y se hace las preguntas definitivas sobre la condición humana. O algo así.
Paolo Sorrentino, productor, director y guionista, entrega una película muy Paolo Sorrentino. Tal vez demasiado. Porque si tras la sorpresa de Las consecuencias del amor nos deslumbró de modo contundente con La gran belleza, luego ha ido tomando una dudosa y empalagosa deriva esteticista que se atisbaba en su serie The Young Pope y quedó confirmada, para mal, en The New Pope. Tenemos en el cineasta italiano un potente sentido visual y de la puesta en escena, y sabe usar muy bien la música, pero lo bello y lo vacuo han comenzado a lindar peligrosamente, y la extravagante Parthenope parece confirmar esta sensación de tocar fondo.
¿De qué trata Parthenope? De todo y de nada, de la disrupción que puede producir la belleza que quita el aliento, de la búsqueda intelectual y existencial de no se sabe qué. De la familia en que se cría la protagonista, de la unión con su hermano y el hijo de la criada, de las vacaciones en Capri, de la sexualidad a flor de piel cuando la hermosura y la atracción dominan la escena, del suicidio que deja una profunda muesca vital, de un misterioso escritor, de lo que significan unos estudios y la nota que se obtiene en un examen, de la maternidad interrumpida o asumida, de la impostura de actuar, de la cirugía plástica, de acostarse con el diablo bajo el aspecto de ángel de la luz.
Vuelve Sorrentino a su Nápoles natal, visitado antes en Fue la mano de Dios, y esta vez concede mucha importancia al conocido milagro de la licuación de la sangre de San Genaro, pero más que nunca la imaginería católica deviene en puro folclore, el relicario, el cardenal, los ornamentos, la iglesia, la piedad popular, no son nada y menos que nada, un elemento estrafalario para no dar respuesta a la pregunta de la protagonista, “qué es la antropología”, incluso esta vez deja fuera de la ecuación a Dios. También, broche del film, podemos ver unas imágenes de celebración futbolera, por el logro del Scudetto. Bonitas imágenes, sí, pero, ¿y qué?
Intérpretes: Celeste Dalla Porta, Stefania Sandrelli, Luisa Ranieri, Gary Oldman, Silvio Orlando, Dario Aita, Isabella Ferrari, Brando Improta, Peppe Lanzetta
Guión: Paolo Sorrentino
Música: Lele Marchitelli
Fotografía: Daria D’Antonio
Producción: Paolo Sorrentino
Distribuye en cine: Bteam Pictures
Parthenope. Su largo viaje de supuestas resonancias míticas, desde que nace en 1950 en Nápoles hasta la actualidad, y cómo en el camino se convierte en una mujer bellísima y de mente brillante, que estudia antropología y se hace las preguntas definitivas sobre la condición humana. O algo así.
Paolo Sorrentino, productor, director y guionista, entrega una película muy Paolo Sorrentino. Tal vez demasiado. Porque si tras la sorpresa de Las consecuencias del amor nos deslumbró de modo contundente con La gran belleza, luego ha ido tomando una dudosa y empalagosa deriva esteticista que se atisbaba en su serie The Young Pope y quedó confirmada, para mal, en The New Pope. Tenemos en el cineasta italiano un potente sentido visual y de la puesta en escena, y sabe usar muy bien la música, pero lo bello y lo vacuo han comenzado a lindar peligrosamente, y la extravagante Parthenope parece confirmar esta sensación de tocar fondo.
¿De qué trata Parthenope? De todo y de nada, de la disrupción que puede producir la belleza que quita el aliento, de la búsqueda intelectual y existencial de no se sabe qué. De la familia en que se cría la protagonista, de la unión con su hermano y el hijo de la criada, de las vacaciones en Capri, de la sexualidad a flor de piel cuando la hermosura y la atracción dominan la escena, del suicidio que deja una profunda muesca vital, de un misterioso escritor, de lo que significan unos estudios y la nota que se obtiene en un examen, de la maternidad interrumpida o asumida, de la impostura de actuar, de la cirugía plástica, de acostarse con el diablo bajo el aspecto de ángel de la luz.
Vuelve Sorrentino a su Nápoles natal, visitado antes en Fue la mano de Dios, y esta vez concede mucha importancia al conocido milagro de la licuación de la sangre de San Genaro, pero más que nunca la imaginería católica deviene en puro folclore, el relicario, el cardenal, los ornamentos, la iglesia, la piedad popular, no son nada y menos que nada, un elemento estrafalario para no dar respuesta a la pregunta de la protagonista, “qué es la antropología”, incluso esta vez deja fuera de la ecuación a Dios. También, broche del film, podemos ver unas imágenes de celebración futbolera, por el logro del Scudetto. Bonitas imágenes, sí, pero, ¿y qué?
Bella, caótica, desconcertante, sucia, melancólica. Una oda a Nápoles, a la mujer desde el punto de vista de un hombre. Una fotografía sublime, sello Sorrentino. Se puede hacer un poco larga pero el final emociona. “Hay que saber ver”
Una excelente película.Con un alto sentido estético.Su nota distintiva es la belleza:de Napoles,del mar,de Celeste Dalla Porta,de los personajes masculinos,incluso de los barrios más turbios y tenebrosos de la que fuera la tercera capital de Europa en el siglo XIX.Una mirada criitica y condescendiente a la universidad y la iglesia.Una aparición interesante del escritor John Cheever, el autor de Falconer,interpretado por Gary Oldman.
Muy en la línea de Sorrentino, muy visual y llena de simbología. Había leído un poco sobre el argumento y trasfondo, lo cual me ayudó a comprender mejor las pretensiones del director. Me gustó mucho y me entraron unas ganas tremendas de viajar a Nápoles y conocerla. Un homenaje precioso a su ciudad natal, a la que tanto quiere, a pesar de sus grandes imperfecciones. La actriz protagonista, debutante en esta cinta, aparte de guapísima, actúa estupendamente