El origen del tabaco no se conoce con certeza. Los indios winnebago de Norteamérica sostienen que la semilla del tabaco fue dada por Dios al primer hombre para que, echada al fuego, los espíritus mensajeros subieran las plegarias a los cielos en las ondas de humo. Otra versión asegura que el tabaco era conocido por los persas y egipcios desde antes del descubrimiento de América, si bien no existe constancia escrita de este hecho. Lo que se sabe con certeza es que cuando Colón y sus hombres llegaron a tierras americanas, recibieron hojas de tabaco entre sus presentes, algo que no suscitó especial interés entre su tripulación. El tabaco ha tenido detractores desde el inicio de su andadura. Algunos de los primeros en introducir este producto en España sufrieron incluso condenas de la Inquisición ya que, según consta en una de sus sentencias: «Sólo Satanás puede conferir al hombre la facultad de expulsar humo por la boca» (de la condena a Rodrigo de Xerez por haber importado por primera vez semillas de tabaco para su cultivo).
Sin embargo, y a pesar de la reticencia de algunos, el tabaco logró una extraordinaria difusión, llegando en el siglo XVI hasta Rusia e incluso Japón. Progresivamente se estableció su comercialización y se inició la recaudación de impuestos relacionados con el tabaco, lo que sentó las bases de una industria muy importante que perdura hasta la actualidad.
Sin embargo, y a pesar de la reticencia de algunos, el tabaco logró una extraordinaria difusión, llegando en el siglo XVI hasta Rusia e incluso Japón. Progresivamente se estableció su comercialización y se inició la recaudación de impuestos relacionados con el tabaco, lo que sentó las bases de una industria muy importante que perdura hasta la actualidad.
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