Tras unos inicios que no llamaron la atención, Stanley Tucci ha ido encontrando su hueco, su ritmo de carrera. Su trabajo sigue siendo infatigable y los resultados hace tiempo que comenzaron a llegar. Ha estado mucho tiempo al pie del cañón para demostrar que es un grande y que puede con todo, aunque su especialidad sea el típico tío al que no sabrías si darle un bofetón o un cariñoso beso en su reluciente calva.
Stanley Tucci nació el 11 de noviembre de 1960 en Peekskill (Nueva York). Hijo de un profesor de instituto y de una secretaria, él y su hermana Christine pronto se interesaron por el mundo de la interpretación. En el caso de Stanley la respuesta era sencilla, siempre se ha sentido más cómodo en el escenario que en la vida real. Tras estudiar arte dramático en la Universidad del Estado de Nueva York, debutó en Broadway en 1982. Su contacto con el teatro ha sido constante y en 2003 fue nominado al Tony por su trabajo en “Frankie and Johnny in the Clair de Lune” de Terrence McNally. Pero a pesar de su amor por los escenarios, Tucci reconoce ahora que necesita implicarse en obras que no vayan a estar mucho tiempo en cartel porque si no, se vuelve “loco”. Así que nada de estar un año interpretando al mismo personaje por teatros de todo el mundo. Algo que, por otra parte, es perfecto para compaginar su trabajo en cine.
Debutó en la gran pantalla en un pequeño papel en El honor de los Prizzi (1985). Acababa de comenzar la larga carrera de Stanley. Durante 10 años continuó con los pequeños personajes en títulos sin mayor trascendencia como Atracción diabólica (1988), El ojo público (1992) o Cuidado con la familia Blues (1993). Los primeros papeles importantes de su carrera llegaron en años consecutivos, 1995 y 1996, aunque también fueron en títulos poco relevantes, A Modern Affair y The Daytrippers. Su carrera incansable continuaba avanzando entre películas mediocres, géneros de todo tipo y papeles de lo más diverso. Pero entonces llegó el momento de comenzar a trabajar con los grandes. Woody Allen le dio un pequeño papel en Desmontando a Harry (1997), lo mismo que hizo Danny Boyle en Una historia diferente (1997) y Sam Mendes en Camino a la perdición (2002).
Pero es que para cuando llegó Sam Mendes, Tucci ya tenía dos Globos de Oro en su poder gracias a su interpretación televisiva de un famoso columnista norteamericano en Winchell (1998) y del nazi Adolf Eichmann en La solución final (2001). Le había llevado su tiempo, pero Stanley Tucci ya había dejado claro que era un serio candidato para estar en el grupo de cabeza del maratón. Dejó para el recuerdo simpáticas interpretaciones como la del “Pepito Grillo” de Ralph Fiennes en Sucedió en Manhattan (2002) y retos interpretativos como la composición que hizo de Stanley Kubrick en Llámame Peter (2004). Steven Spielberg lo llamó para ser el responsable del aeropuerto donde Tom Hanks se quedaría atrapado en La terminal (2004). Esta mezcla de personajes que tan pronto inspiran la ternura y el afecto del público como pasan a ser seres odiosos, son perfectos para Tucci. La mezcla explosiva de su calva con el consiguiente aire de madurez, sabiduría y responsabilidad que conlleva, con sus ojos pillos de niño travieso, posibilitan que puedas amar y odiar a Tucci al mismo tiempo. Algo que quedó clarísimo dos años después en El diablo viste de Prada (2006), donde fue el colchón y “pelota” oficial de Meryl Streep, pero también el apoyo de la pobre Anne Hathaway. Últimamente, ha vuelto a sacar su cara más inquietante, que ya mostrara en títulos como La solución final, con la llamada de Peter Jackson para The Lovely Bones.
Durante esta larguísima maratón, Stanley también ha tenido tiempo de poner en práctica otras inquietudes cinematográficas. Ha producido, dirigido, protagonizado y escrito el guión de Big Night (1996) y The Impostors (1998). El primer título fue su debut tras las cámaras y para la nueva tarea contó con su colega de profesión Scott Campbell, quien además es amigo desde los tiempos del instituto. Alguien que sabrá bien los momentos difíciles que pasó Stanley cuando en 2009 murió de cáncer su mujer Kate. La pareja se casó en 1995. Tuvieron tres hijos, los mellizos Nicolo e Isabel, y la mayor de la casa, Camilla. El matrimonio se había separado en 2003 para posteriormente retomar su relación.
Hasta la fecha la filmografía de Stanley alcanza más de 80 títulos. Teniendo en cuenta la maravillosa progresión de su carrera cabría decir que no sólo queda Tucci para rato, sino que también puede que aún nos quede por ver lo mejor del actor. Como buen corredor de fondo sabrá que la salida es fundamental pero no tanto como ir creciendo a lo largo del recorrido para poder entrar el primero en la meta.
Stanley Tucci nació el 11 de noviembre de 1960 en Peekskill (Nueva York). Hijo de un profesor de instituto y de una secretaria, él y su hermana Christine pronto se interesaron por el mundo de la interpretación. En el caso de Stanley la respuesta era sencilla, siempre se ha sentido más cómodo en el escenario que en la vida real. Tras estudiar arte dramático en la Universidad del Estado de Nueva York, debutó en Broadway en 1982. Su contacto con el teatro ha sido constante y en 2003 fue nominado al Tony por su trabajo en “Frankie and Johnny in the Clair de Lune” de Terrence McNally. Pero a pesar de su amor por los escenarios, Tucci reconoce ahora que necesita implicarse en obras que no vayan a estar mucho tiempo en cartel porque si no, se vuelve “loco”. Así que nada de estar un año interpretando al mismo personaje por teatros de todo el mundo. Algo que, por otra parte, es perfecto para compaginar su trabajo en cine.
Debutó en la gran pantalla en un pequeño papel en El honor de los Prizzi (1985). Acababa de comenzar la larga carrera de Stanley. Durante 10 años continuó con los pequeños personajes en títulos sin mayor trascendencia como Atracción diabólica (1988), El ojo público (1992) o Cuidado con la familia Blues (1993). Los primeros papeles importantes de su carrera llegaron en años consecutivos, 1995 y 1996, aunque también fueron en títulos poco relevantes, A Modern Affair y The Daytrippers. Su carrera incansable continuaba avanzando entre películas mediocres, géneros de todo tipo y papeles de lo más diverso. Pero entonces llegó el momento de comenzar a trabajar con los grandes. Woody Allen le dio un pequeño papel en Desmontando a Harry (1997), lo mismo que hizo Danny Boyle en Una historia diferente (1997) y Sam Mendes en Camino a la perdición (2002).
Pero es que para cuando llegó Sam Mendes, Tucci ya tenía dos Globos de Oro en su poder gracias a su interpretación televisiva de un famoso columnista norteamericano en Winchell (1998) y del nazi Adolf Eichmann en La solución final (2001). Le había llevado su tiempo, pero Stanley Tucci ya había dejado claro que era un serio candidato para estar en el grupo de cabeza del maratón. Dejó para el recuerdo simpáticas interpretaciones como la del “Pepito Grillo” de Ralph Fiennes en Sucedió en Manhattan (2002) y retos interpretativos como la composición que hizo de Stanley Kubrick en Llámame Peter (2004). Steven Spielberg lo llamó para ser el responsable del aeropuerto donde Tom Hanks se quedaría atrapado en La terminal (2004). Esta mezcla de personajes que tan pronto inspiran la ternura y el afecto del público como pasan a ser seres odiosos, son perfectos para Tucci. La mezcla explosiva de su calva con el consiguiente aire de madurez, sabiduría y responsabilidad que conlleva, con sus ojos pillos de niño travieso, posibilitan que puedas amar y odiar a Tucci al mismo tiempo. Algo que quedó clarísimo dos años después en El diablo viste de Prada (2006), donde fue el colchón y “pelota” oficial de Meryl Streep, pero también el apoyo de la pobre Anne Hathaway. Últimamente, ha vuelto a sacar su cara más inquietante, que ya mostrara en títulos como La solución final, con la llamada de Peter Jackson para The Lovely Bones.
Durante esta larguísima maratón, Stanley también ha tenido tiempo de poner en práctica otras inquietudes cinematográficas. Ha producido, dirigido, protagonizado y escrito el guión de Big Night (1996) y The Impostors (1998). El primer título fue su debut tras las cámaras y para la nueva tarea contó con su colega de profesión Scott Campbell, quien además es amigo desde los tiempos del instituto. Alguien que sabrá bien los momentos difíciles que pasó Stanley cuando en 2009 murió de cáncer su mujer Kate. La pareja se casó en 1995. Tuvieron tres hijos, los mellizos Nicolo e Isabel, y la mayor de la casa, Camilla. El matrimonio se había separado en 2003 para posteriormente retomar su relación.
Hasta la fecha la filmografía de Stanley alcanza más de 80 títulos. Teniendo en cuenta la maravillosa progresión de su carrera cabría decir que no sólo queda Tucci para rato, sino que también puede que aún nos quede por ver lo mejor del actor. Como buen corredor de fondo sabrá que la salida es fundamental pero no tanto como ir creciendo a lo largo del recorrido para poder entrar el primero en la meta.
- Fuente: Estrella Martínez
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