Nº de páginas: 528
Editorial: HarperCollins
Idioma: Castellano
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788419883438
Año de edición: 2024
Plaza de edición: ES
Fecha de lanzamiento: 03/04/2024
Alto: 23 cm
Ancho: 15.5 cm
Antonio Pérez Henares, con gran verosimilitud, amenidad y rigor, como es habitual en sus novelas, glosa la vida de los juglares que vivieron y transmitieron las andanzas, aventuras y desventuras del guerrero más famoso de su época: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid.
La Edad Media era un tiempo de caballeros, reyes, damas, castellanos, comerciantes, campesinos, prostitutas, mercenarios, ladrones y también de juglares, que fueron testigos y transmisores de batallas, romances, banquetes y todo aquello que llenaba el medievo de luz, color y música.
Porque la Edad Media era un mundo mucho más luminoso del que nos han vendido. Fue una época de lírica y música, un tiempo de explosiones de color en iglesias, castillos y ciudades, una edad donde el juglar era el cronista, el portador de las buenas y las malas nuevas en salones nobiliarios, plazas de pueblos y ciudades, e incluso en las cortes de los reyes. Esta es su novela.
Tres generaciones de juglares, a caballo entre los siglos XI y XII, protagonizan esta fascinante historia. Tres juglares que compusieron y dieron voz a la epopeya medieval más trascendental. Tres hombres que dieron vida al Cantar del Mío Cid, el más importante hito en la historia de nuestra cultura, pero que también tuvieron vidas fascinantes llenas de aventuras, amores y traiciones, y recorrieron toda la Península, de Santiago de Compostela al reino moro de Murcia, y hasta la Occitania francesa.
La Edad Media era un tiempo de caballeros, reyes, damas, castellanos, comerciantes, campesinos, prostitutas, mercenarios, ladrones y también de juglares, que fueron testigos y transmisores de batallas, romances, banquetes y todo aquello que llenaba el medievo de luz, color y música.
Porque la Edad Media era un mundo mucho más luminoso del que nos han vendido. Fue una época de lírica y música, un tiempo de explosiones de color en iglesias, castillos y ciudades, una edad donde el juglar era el cronista, el portador de las buenas y las malas nuevas en salones nobiliarios, plazas de pueblos y ciudades, e incluso en las cortes de los reyes. Esta es su novela.
Tres generaciones de juglares, a caballo entre los siglos XI y XII, protagonizan esta fascinante historia. Tres juglares que compusieron y dieron voz a la epopeya medieval más trascendental. Tres hombres que dieron vida al Cantar del Mío Cid, el más importante hito en la historia de nuestra cultura, pero que también tuvieron vidas fascinantes llenas de aventuras, amores y traiciones, y recorrieron toda la Península, de Santiago de Compostela al reino moro de Murcia, y hasta la Occitania francesa.
“He contado, cantado y escrito de muchos. De reyes y de grandes guerreros, de condes y obispos y de damas. De tantos, de los de a caballo y de los de a pie, a los que alcancé a conocer y de cuyas hazañas supe y de sus cuitas también. Quise al hacerlo que las gentes supieran de ellos y quedaran en sus memorias, si no para la eternidad, que ella es patrimonio único de Dios, sí hasta que suenen en este mundo las trompetas del juicio final.
Pero nada nunca dije de mí, ni mi nombre en lugar alguno figura, ni nadie sabría nunca quién fui. Por ello hoy, al concluir la última de estas páginas a las que he dedicado los últimos años de mi vida, que ya siento concluir, he querido anotar mi nombre, quién y qué soy, y el mes, el de mayo, y el año, 1207, en que lo concluí.
Tuve un hijo y sé dónde vive y está, pero yo no debo verlo y él no puede, ni deberá jamás, saber de mí.
Soy ahora monje, y desde tantos años hace, que hasta llegué a ser abad. Pero antes, y durante otros tantos, fui juglar, que no son caminos, aunque así se crea, tan separados, pues ambos cantan y cuentan, y en pecados, clerecía y juglaresca van a la par. Vivo ahora en un monasterio y mis piernas apenas si me sostienen en pie, pero fueron fuertes y de mucho caminar, que es lo propio para quienes tuvimos aquel oficio de no posar nunca demasiado en ningún lugar.
El primero en el oficio fue mi abuelo, por quien me pusieron el nombre, después de ser soldado y haberlo de abandonar por dejarle seco un brazo la lanza de un catalán. Padre se crio con clérigos, pero también acabó siendo un hombre de caminos y de andar por aldeas, ferias y burgos, y hasta llegó a castillos, e incluso a la corte de un rey emperador. Con monjes de niño me crie yo también, y como él elegí luego la fabla y el cantar como manera de sustento, y por lo que colegí entonces, por mejor y más alegre vivir. Pero acabé a la postre, por mis mortales pecados, penitente y arrepentido, para buscar sosiego y sobre todo para preservar lo que más quise y quiero, por retornar al convento y al redil.
El abuelo decía los versos aprendidos de memoria, padre ya supo leer y escribir, y yo, por gracia del Altísimo, hoy hago de ello mi mayor dedicación. Para loarlo primero y ante todo a él, pero también a los hombres que hacen cuanto pueden y deben para engrandecer su reino en la tierra.
Por los caminos anduve en muchas compañías de toda condición, pelaje y jaez, pero siempre tuve la leal cercanía de mis mastines. Uno tuve extremeño y los demás de León, que son estos buenos perros, lo mejor y más leal de lo que nace por allí. Uno me lo mataron y otro me lo malhirieron tanto que hube de matarlo después, para despenarlo, yo. Todos los demás llegaron a viejos y este, que está ahora tumbado a mis pies mientras la pluma entinta la piel del pergamino, verá, si Dios lo quiere, cómo me entierran a mí.
Ya no tengo perrigalgos, lebreles como el de mi abuelo Pedro y hasta de su misma raza y simiente, a los que también tuve afición hasta que, hace ya mucho, me detuve aquí, pero a los que bien recuerdo, pues me dieron de comer en más de una ocasión, más que yo a ellos, ellos a mí. Hoy de la pitanza, gracias sean dadas a Dios, también me he vuelto más frugal y no he de ocuparme en demasía. Mis hermanos del monasterio cuidan de mí.
El abuelo perdió el uso del brazo, aunque mantuvo caballo hasta que se murió. Padre comenzó en asno, pero en mejor caballería no tardó tampoco en montar, igual que me pasó a mí, que alterné unos con otros y con el pie tras otro pie cuando las cosas vinieron mal. De abad ya tuve mula, y blanca, además, pero ahora me conformo con poderme sostener sobre mis piernas, que, por fortuna, y pese a dolores y crujidos, aún me aguantan y no del todo mal, aunque los días que barruntan frío bastante peor.”
Pero nada nunca dije de mí, ni mi nombre en lugar alguno figura, ni nadie sabría nunca quién fui. Por ello hoy, al concluir la última de estas páginas a las que he dedicado los últimos años de mi vida, que ya siento concluir, he querido anotar mi nombre, quién y qué soy, y el mes, el de mayo, y el año, 1207, en que lo concluí.
Tuve un hijo y sé dónde vive y está, pero yo no debo verlo y él no puede, ni deberá jamás, saber de mí.
Soy ahora monje, y desde tantos años hace, que hasta llegué a ser abad. Pero antes, y durante otros tantos, fui juglar, que no son caminos, aunque así se crea, tan separados, pues ambos cantan y cuentan, y en pecados, clerecía y juglaresca van a la par. Vivo ahora en un monasterio y mis piernas apenas si me sostienen en pie, pero fueron fuertes y de mucho caminar, que es lo propio para quienes tuvimos aquel oficio de no posar nunca demasiado en ningún lugar.
El primero en el oficio fue mi abuelo, por quien me pusieron el nombre, después de ser soldado y haberlo de abandonar por dejarle seco un brazo la lanza de un catalán. Padre se crio con clérigos, pero también acabó siendo un hombre de caminos y de andar por aldeas, ferias y burgos, y hasta llegó a castillos, e incluso a la corte de un rey emperador. Con monjes de niño me crie yo también, y como él elegí luego la fabla y el cantar como manera de sustento, y por lo que colegí entonces, por mejor y más alegre vivir. Pero acabé a la postre, por mis mortales pecados, penitente y arrepentido, para buscar sosiego y sobre todo para preservar lo que más quise y quiero, por retornar al convento y al redil.
El abuelo decía los versos aprendidos de memoria, padre ya supo leer y escribir, y yo, por gracia del Altísimo, hoy hago de ello mi mayor dedicación. Para loarlo primero y ante todo a él, pero también a los hombres que hacen cuanto pueden y deben para engrandecer su reino en la tierra.
Por los caminos anduve en muchas compañías de toda condición, pelaje y jaez, pero siempre tuve la leal cercanía de mis mastines. Uno tuve extremeño y los demás de León, que son estos buenos perros, lo mejor y más leal de lo que nace por allí. Uno me lo mataron y otro me lo malhirieron tanto que hube de matarlo después, para despenarlo, yo. Todos los demás llegaron a viejos y este, que está ahora tumbado a mis pies mientras la pluma entinta la piel del pergamino, verá, si Dios lo quiere, cómo me entierran a mí.
Ya no tengo perrigalgos, lebreles como el de mi abuelo Pedro y hasta de su misma raza y simiente, a los que también tuve afición hasta que, hace ya mucho, me detuve aquí, pero a los que bien recuerdo, pues me dieron de comer en más de una ocasión, más que yo a ellos, ellos a mí. Hoy de la pitanza, gracias sean dadas a Dios, también me he vuelto más frugal y no he de ocuparme en demasía. Mis hermanos del monasterio cuidan de mí.
El abuelo perdió el uso del brazo, aunque mantuvo caballo hasta que se murió. Padre comenzó en asno, pero en mejor caballería no tardó tampoco en montar, igual que me pasó a mí, que alterné unos con otros y con el pie tras otro pie cuando las cosas vinieron mal. De abad ya tuve mula, y blanca, además, pero ahora me conformo con poderme sostener sobre mis piernas, que, por fortuna, y pese a dolores y crujidos, aún me aguantan y no del todo mal, aunque los días que barruntan frío bastante peor.”
5,0 de 5 estrellas (basado en 2 reseñas)
Es una hermosa novela
21 de mayo de 2024
Reseña de El juglar
Es una hermosa novela, la mejor del autor de su serie medieval. Aventura, pasion, personajes masculinos y femeninos verosímiles y vibrantes y un escenario histórico de las gentes del común, de las batallas y de las cortes reales recreado y retratado por la los ojos y la voz de quienes los recorráin todos, los juglares.
Una historia fascinante
21 de mayo de 2024
Reseña de El juglar
Una historia fascinante, con personajes inolvidables.
Novela 3 veces, hoy han sido 3 veces.